domingo, 15 de junio de 2008

Producción de Chinchilla

El vocal de la Asociación Argentina de Criadores de Chinchillas y Director de la rama de Entre Ríos, Rubén Guirado nos comenta acerca de la cría de Chinchillas.
Guirado ya lleva casi 10 años en la producción de estos animalitos. Sus logros son, hoy, evidentes y el fiel reflejo de su esfuerzo. Luego de haber cursado en la Primera Escuela Argentina de Criadores de Chinchillas, alcanzando el título de Perito en Chinchillas, ha participado, expuesto y ganado premios Noveles en la Sociedad Rural Argentina de Palermo 2000. No sólo ganó premios noveles sino que inclusive le ganó, en varias ocasiones, a muchas viejas cabañas que venden reproductores.



Algunos datos a tener en cuenta:
*
Los productores, o la producción más importante de chinchilla – a nivel nacional – es la de la provincia de Entre Ríos.
* La piel de chinchilla también varia de acuerdo a los lugares en que se crian. Las del sur del país son las mejores por el simple echo de las condiciones favorables con respecto al clima, es decir un clima frío.
* Un animalito de estos, se sacrifica de una manera especial para su peloteo, de manera tal que la sangre no afecte a la piel. Se toma de un lado por la cola y del otro por la cabeza y se tiran ambas partes como queriendo separarlas. Luego con un bisturí se hace un pequeño cortecito en la boca donde se introduce otro elemento "en forma de paraguas" que hace un recorrido de la boca hasta la cola (por la parte de abajo) y así de sencillo la piel sale entera y no se ve una gota de sangre.
* La chinchilla es un roedor del Norte de Argentina, Chile, Sur de Bolivia y Perú. Esa zona ha sido su habitat natural hasta fines del siglo pasado en que la caza indiscriminada del hombre terminó con la especie salvaje.
* La piel de chinchilla es la más cotizada en el mundo por el mercado peletero. Es la más liviana, sedosa, tupida y suave. En nuestro país, la Industria aparece hacia principios de la década del 60 y desde aquella época ha tenido un notable crecimiento.
* En el año 2004 Argentina ha pasado a ser un lider mundial en este Industria de exportación. Si bien el crecimiento ha sido importante desde sus inicios, se puede decir que en los últimos 10 años (1998-2008) la situación coyuntural mundial ha dispuesto circunstancias tan favorables para la expansión de esta industria que la tornaron mucho más atractiva aún.
* Ya para 1996 todas las casas de moda de más alto prestigio en la peletería terminaban sus desfiles con prendas de chinchilla. Durante el período 1994-1996 EE.UU. encabeza la producción mundial seguida por Canadá, Alemania y Argentina. En cuanto a Calidad, EE.UU era líder indiscutido seguido por Canadá, Argentina y Alemania.
* Todos los meses sale una revista para los criadores de chinchillas, donde Ruben Guirado también realiza sus aportes con respecto al tema.


MIS ANCESTROS, YO Y.... de peluquero a escritor

“Entrelazo este relato
comenzado en lejanía,
destacando lo que había
y más luego al propiciar,
su figura vio agrandar
cuando al verso respondía”

Cuando el sol dominguero empezaba a despuntar, comenzó a caminar en dirección a la casa de Rafael Ángel Milano.
Uno… dos… tres… y se sentía el crujir de las hojas secas de los árboles otoñales. Cuatro… cinco… seis… y a lo lejos las campanas de la iglesia anuncian la misa de las 8. Siete… ocho… y un auto se estaciona sobre la acera de enfrente. Nueve… diez… once… y el viento que quiere llevarlo a otra dirección. Doce… trece… catorce… sigue su lento caminar. Diecinueve… ¡Veinte! Tan solo veinte pasos los separaba.
Se paró frente a su puerta y, la sensación de tranquilidad, daba la impresión de que allí iba a descubrir algo más que la simple historia del peluquero del barrio. Con su mano fría tocó el timbre y la puerta al abrirse, lo llevó a sumergirse en ese lugar lleno de vivencias.
Rafael Ángel Milano es casado, tiene una hija y tres nietas. Es uno de los primeros que llegó a la zona. Los vecinos lo conocen como Pucho, el peluquero del barrio. El anhelo de conocer su historia y aprender un poco más del lugar permitió compartir una charla. Cincuenta años han pasado desde su llegada al barrio.

— ¿Cómo era el barrio cuando Usted llegó y cómo ve lo ve ahora?
— Acá — señala su casa — compré en el año 58. Después vinieron doña María, Garay, Almeida. Enfrente estaba Herne y mi hermano. Para allá abajo — indica con su mano — era todo baldío y donde está el boliche había una laguna. Desde Avenida Zanni hasta División de los Andes más o menos y, por ésta vereda, había solamente cuatro casas sobre la línea de Provincias Unidas. Estaban las cuatro ahí, pegadas. Después era todo baldío y tierra, hasta casi Santos Domínguez. Pero ésta es la primera casa que se hizo, por eso está media atravesadita.

Resultaba difícil imaginarse aquella época. Comprender la nostalgia del paso de la desolación a la población.

— El barrio ahora es totalmente distinto. Yo escribí una vez, una poesía: “Calle Provincias Unidas: pasado, presente y futuro" y la mandé a El Diario. Ahí me la modificaron pero quedó más linda. Lo que yo quería hacer era una queja por los camiones. Había puesto cómo éstos sabían burlar la vigilancia de los inspectores para pasar y que la iban a romper — dice pensativo —.
La calle Provincias Unidas era de tierra. Por aquí pasaban los animales que los llevaban arriando. Era más tranquila. Nosotros nos dormíamos con el arroro que nos cantaban las ranas y eso se fue transformando hasta convertirse en el explosivo ruido de motos — se ríe irónicamente —.

— ¿Dónde vivía antes? ¿Cómo era su familia cuando era chico?
— Yo soy el noveno de once hermanos. Nosotros vivíamos en el campo, ahí en San Benito. Lo que siempre digo es que no sé como nos criaron, no cierto. Con diez hectáreas de campo y nada más. Papá estuvo enfermo una vuelta y no sé cómo hizo mamá para darnos de comer.
Se comía todo producción propia, de la siembra. Éramos pobres, como la mayoría de la familia.

— Entonces ¿cómo ve la situación del campo hoy?
— Hay que entrar mucho en política y que se yo — mueve los hombros —. A mi me parece que son medidas demasiadas apresuradas del gobierno y que fueron desacertadas en el momento de tomarlas. Va a traer muchos problemas. Ya en este momento están rechazando pedidos de herramientas, que eso debió haberlo hecho a largo plazo.
El gobierno debe ir adecuando todo a la circunstancia, no puede establecer por decreto los precios, porque ellos dependen de la lógica de la oferta y la demanda. El gobierno debería controlar por qué suben las cosas. Claro, cuando empieza a subir uno, después se enganchan todos. A mi cuántas veces me decían: ¿y por qué subió el corte de pelo? Y el corte de pelo en sí, no afecta en nada. Pero tengo que aumentar por la comida que me aumentaron.

De estatura media, ojos claros, su característico cabello blanco y su mirada tranquila revelaban aquellos recuerdos de su peluquería.

— ¿Y cómo llegó a ser peluquero?
— Yo terminé, en el año 50, la primaria completa. Porque antes no era hasta séptimo era hasta sexto, por el hecho de que estaba primero inferior y primero superior. Igual eran siete años.
Con solo correr y ver pastar el ganado no me conformaba. En el año 51 quise entrar en el Ministerio de Obras Públicas, pero fracasé. Salí mal en los exámenes — indicó con un leve movimiento de su cabeza —, por el hecho que siempre tuve un problemita de oído, no oigo bien. Y, en los costados del Ministerio, había una grúa que corría alrededor de la escuela haciendo mucho ruido. Y aquella vuelta, no es como ahora que los chicos no tienen ningún problema en preguntar o meterse, antes teníamos miedo. Generalmente, cuando queríamos hacer una pregunta nos paraban con una cachetada. Tal es así que yo, en esto que estoy escribiendo — dice enseñando su libro — no tengo nada de conocimiento porque nuestros padres nunca hablaron y muchas veces, cuando preguntábamos, nos daban coscorrones. Y bueno, de esa manera yo no me animé a preguntar que me repitieran y salí mal.
En principio del 52 pude haber ido otra vez, pero un cuñado mío, que vivía acá, me dijo si quería aprender a cortar el cabello. Y nunca estuvo en mí pensar el asunto de peluquería, pero con tal de venirme del campo le dije que sí — asienta con la cabeza —.
Y en el 2002, a los 50 años de trabajo, me jubilé.

— ¿Qué puede decir de la peluquería?
— Bueno cuando empecé, me empezó a gustar. Y bueh… por eso seguí, porque el trabajo te tiene que gustar. Y ahí pasó de todo. Tuve buenas y malas — dice melancólicamente —.

— ¿Fue difícil hacer de la peluquería, su profesión?
— Los principios siempre son difíciles. La falta de experiencia y confianza entre la gente y la carencia de locales, hicieron inestable mi permanencia en el barrio y también en el oficio. Eso me obligó a buscar, nuevamente, apoyo en el servicio militar. Pero — y realizando un leve movimiento de sus hombros — nuevos fracasos fueron suficientes motivos de que mi futuro ya tenía un nombre: ser peluquero. Además, no sólo era cortar el cabello sino aprender también a entretener al cliente.

— ¿Cómo fueron esos 50 años dedicados a la peluquería?
— Una larga dedicación al trabajo. Me siento realizado. En el discurso que hice, cuando cumplí los 50 años de peluquero comencé contando un chiste cortito y, obviamente, de peluquero. Una vez un señor entró a una peluquería para hacerse cortar el cabello y después de prepararlo el peluquero le hace la pregunta de rigor, ¿cómo quiere que le corte? Y el señor mirándolo le responde: córteme en silencio.
Me tomé ese atrevimiento porque 50 años con la tijera en la mano es mucho tiempo para que yo guarde silencio, y no pueda contar todo desde el principio y sobre todo como siento mi vida de peluquero. Quería expresarla con sinceridad y humildad.
Encontré una profesión que jamás había imaginado. Y después con los años la amé e hice de ella un cómodo pasar.
Nunca esperé que todo me saliera bien por sí solo, trataba de hacer lo mejor, aunque no siempre lo lograra.

Las agujas del reloj seguían su recorrido y hasta el momento sólo habíamos escuchado la historia de Pucho, el peluquero. Sin embargo, había una pieza que faltaba, una parte de su vida que no muchos conocen y que tratábamos de descubrir.

— ¿De qué se trata el libro que está escribiendo?
— En el libro estoy escribiendo la historia de la familia, desde que vinieron mis abuelos. A mi abuelo casi no lo conocí. Lo habré visto en el año 46 y él murió en el 50. Vivía con una hija y cuando yo iba no había ninguna conversación. Él estaba sentado en un sillón y yo le decía: abuelo ¿cómo le va? y él me preguntaba: ¿Quién sos vos? porque nunca nos conocía.
Pero a este libro, lo estoy escribiendo en una forma muy particular. Está con el patrón del Martín Fierro, del verso y la rima.

— ¿Y cómo que se le ocurrió escribir así, en forma de verso?
— Porque el libro mío de cabecera era el Martín Fierro. Y me gusta la rima. Por otra parte, yo llegué a la conclusión de que si el Martín Fierro hubiese estado escrito en prosa hubiese resultado ser lo mismo que el Juan Moreyra.
No es tanto lo que dice sino en cómo se dice, no cierto. Además, si hubiese escrito por lo que sé, no hubiese escrito nada de la historia. Lo único que sé es que el abuelo vino de Piamonte. Que allá lo citaron para el servicio militar pero, como estaban en guerra, tomó un barco y se vino. No sabemos si, en Buenos Aires, bajó en el puerto o se tiró al agua para que no lo manden de vuelta — refiere riéndose —. No se cómo vino a Entre Ríos ni cómo llegó al distrito Tala.
En una estancia fue donde conoció a mi abuela. Eso es todo lo que yo sé de ellos. Lo demás que está acá — señala su cabeza — es todo imaginación.
Y bueh… el libro empieza:

“Entrelazo este relato
comenzado en lejanía,
destacando lo que había
y más luego al propiciar,
su figura vio agrandar
cuando al verso respondía”.
Y todo está escrito de esa manera.


— ¿Cuántas páginas lleva escritas?
— 205 páginas. Yo empecé con la historia desde 1881. Mi papá nació en enero de 1891. Así que supongo que se habrán casado en el 90, no cierto, porque antes cuando se casaban, enseguida estaba el hijo. Pero también introdujo, cuando él se va a casar, a la familia de la señora.
Ellos vinieron en el año 1857 y compraron donde hoy se puede ubicar calle Racedo, Avenida de las Américas y el Ferrocarril. Cuando en 1881 le confiscaron parte de la casa, compraron más acá — refiriéndose al barrio —.
Bueno desde el año 1857 hasta el 1899, que son 42 años, tengo escritas 205 páginas. Si no será todo imaginación lo que yo estoy haciendo — dice sonriendo —.

— ¿Va dividiendo los capítulos del libro por años?
— No. Por ejemplo, éste capítulo tiene 50 páginas. Acá estoy contando cuando nació el sexto hijo y donde muere la suegra.

— Usted dijo que su libro de cabecera era el Martín Fierro, pero ¿de dónde más se nutre para seguir escribiendo?
— Yo voy pellizcando un poco de todo y voy formando el verso. Por otra parte, si alguien puede una vez leer esto, lo va a leer por el verso, no por la historia. ¿A quién le puede interesar qué hizo o de dónde vinieron mis abuelos? A alguien cercano o de la familia bueno, pero ¿a alguien de allá — expresa con el movimiento de sus manos — que ni sabe quienes somos nosotros?
Historias de inmigrantes está lleno, son todas iguales. Más allá que uno vino de Italia, otro de Francia, uno se casó con una morocha, el otro con una rubia, a uno le fue mejor, a otro peor. Si todos se vinieron disparando de la guerra, es todo lo mismo.
Entonces yo quise hacer algo distinto.
Recuerdo que una vez un profesor me dio un cuento que se llama “El sabio y el rey”. Dice que un rey soñó que se le habían caído todos los dientes y quiso saber que significaba ese sueño. Un sabio le dijo que, por cada diente que había soñado que se le había caído, era un familiar que iba a morir. Y el rey se enoja y le manda a recibir cien azotes de castigo. Llamó a otro sabio y éste le dijo que eso significaba que él sobrevivirá a todos sus parientes. Entonces el rey dice: eso es una buena noticia, y por tal recibirá 100 coronas de premio. Y un guardia le pregunta al sabio ¿cómo puede ser, si usted le dijo lo mismo que el otro?
Ahí está lo que digo: las cosas son como son, pero también son como se digan.

— El libro se llama "Mis Ancestros, yo y…
— Y y y y … — responde riendo —

— Algún recuerdo que tenga presente…
— Siempre agradezco a todos: a Dios obviamente, a la sociedad que siempre me respaldó. Uno nunca es suficientemente fuerte como para hacer todas las cosas solo. Siempre necesitamos de la ayuda moral, económica, entre otras cosas, de otro.
Siempre quise hacer algo porque, a pesar de que estaba conforme con todo, sentía que había un vacío — dice pensativo —, me faltaba algo y no podía saber que era.
Y una vez vino una chica a hacerme unas preguntas y después cuando me trajo el trabajo me preguntó si yo seguía escribiendo. No, le digo. Y me pregunta: ¿Y por qué? ¿Por qué no escribe?
Cuando vos queres hacer algo, si te gusta, lo hacés. No consultás si tenes fuerza de voluntad. A vos te gusta y lo hacés. Pero cuando no queres hacer nada, enseguida buscas los pretextos para no poder. Eso ocurre, por ejemplo, con el cigarrillo y todas esas cosas que dicen no puedo. ¡Qué no va a poder! — exclama — ¡No quiere!
Entonces empecé a buscar los pretextos. Que no tengo tiempo, que se yo. Y en ese momento la chica me dijo: pero escriba algo, no es necesario que lo haga todos los días. Y cuando no tenga ganas de escribir, agarra un papelito y pone hoy no tengo ganas de escribir. Eso es suficiente motivo para arrancar.
Yo hago aerobismo, salgo al Parque Gazzano a correr. Pero si me pongo a pensar si lo hago o no, pero muchísimas veces no lo voy a hacer — afirma —, porque no tengo ganas de hacerlo. Sin embargo, cuando uno empieza, se entusiasma y sigue.

La peluquería fue siempre ese lugar de encuentro entre amigos, donde el sillón era ese confesionario de orgullosas hazañas y conquistas personales logradas por cada uno. Es cierto que han pasado muchos años, pero todo ese tiempo no fue capaz de hacerle olvidar el encanto del sonido de la tijera. Quedarán en su memoria los silenciosos sillones, el espejo, que con su brillo majestuoso y su fidelidad refleja nuestra imagen y nos devuelve la sonrisa, o la mueca del cansancio por tantas horas parado frente a él. Aquella verde y vieja banqueta en la que se sentaba en los momentos en que tenía dificultad para trabajar de parado; y aquel burrito de plástico, con que entretenía a los más chiquitos para que se dejaran cortar. Así se termina ese viaje imaginario hacia los recuerdos del barrio y de la peluquería. Pero una nueva aventura empieza, con nuevas ideas que invaden su mente y que buscan ser plasmadas en esas hojas en blanco. Con su pluma en mano y la emoción de recordar sus antepasados, un nuevo camino se abre para este peluquero del barrio: el camino del escritor.